Más de dos millones trescientas mil personas vieron ayer el Antena 3 Noticias, y las mismas el Informativos Telecinco, los dos canales líderes en share en el prime time. A su vez, más de 100.000 personas compran cada día el País, el periódico más vendido en España. Ese público demuestra una confianza que el periodismo debe saber devolver, ofreciendo una calidad de información que no quede distorsionada por el afán de tener audiencia. Es cierto que, como bien dictan los tres pilares del periodismo, la persuasión es fundamental para que el receptor capte el mensaje. También el entretenimiento juega su papel. Pero es necesario siempre tener un sentido del equilibrio, y nunca olvidar la función básica del periodismo: informar y ofrecer criterios para entender la sociedad.
Por todo esto, esta profesión ha de ser siempre un sector regulado. El periodismo se enfrenta constantemente al reto de la responsabilidad, haciendo el papel de referente y transmisor de valores. La información afecta, ya sea de manera directa o indirecta, a cada uno de los individuos a los cuales se dirige. Sin embargo, es inviable controlar meticulosamente desde el Estado el trabajo periodístico de cada uno de los medios de comunicación en España. Por eso es tan importante la autorregulación, que se traduce en mecanismos como el código deontológico o el libro de estilo, la figura del defensor del espectador o del lector, y el Estatuto de Redacción o el Consejo de Prensa.
El mercado es el ente más influyente contra el que estos mecanismos deben luchar. Tanto medios televisivos como la prensa tradicional caen en la tentación y rozan el sensacionalismo para conseguir más audiencia, o cualquier otro tipo de mala praxis. Organismos como el CAC o el ‘Col·legi de periodistes’ hacen esfuerzos por evitar tal tratamiento de la información en los medios catalanes. El CAC, por ejemplo, regula el uso de la publicidad en los medios audiovisuales, entre otras funciones. Hace unos días denunció la difusión de 59 videos en ‘Youtube’ por publicidad encubierta a niños y adolescentes. Pero al fin y al cabo, es la competitividad entre los propios medios lo que prima en la regulación. El código crea una presión ambiental, donde queda retratado aquel que no lo cumpla.
Aun así, tanto en televisión como en prensa cada día se encuentran casos de mala praxis que quedan impunes. Telecinco, por ejemplo, en casos de asesinato o de violación suele decir la nacionalidad del presunto criminal, si este es extranjero. Esto podría responder un criterio de identificación de los implicados, si no fuera porqué la gran mayoría de veces menciona la nacionalidad marroquí o “magrebí”, y la repite en varias ocasiones a lo largo de la noticia. Se trata de un tema delicado ya que, asumido a la ligera y sin justificación, existe el riesgo de fomentar el odio hacia un colectivo. Incluso sin estar demostrado que el acusado sea culpable, esta identificación criminal-magrebí hace mella en el espectador.
Los organismos reguladores han avanzado, pero aun existen ejemplos de mal tratamiento como hemos visto anteriormente. Por eso, su función junto con la presión mutua entre medios, aunque ayuda, nunca llega a ser suficiente. Entonces, ¿cómo podemos protegernos del mal periodismo? La sociedad ha de contribuir también, ser crítica y no creerse todo lo que lean u oigan en los medios. Cada individuo aporta a la regulación; la crítica se ha de digerir positivamente, como la única manera de mantener la tensión y aspirar siempre a un periodismo mejor. En constante evolución.